Tan simple como eso
Cuando menos te lo esperas, el pasado se cruza contigo y te mira a los ojos directamente. Entonces, ya no se trata de lo que fue... todo se reduce a lo que es. De un modo u otro, comprendes que todo lo que te queda es el presente. Y, en realidad, no necesitas más, pues el pasado debe ser un trampolín, no un sofá.
Una vez quisiste saber cuál era la diferencia. Creo que, a veces, no se trata de comparar... se trata de aprender a distinguir. Darse cuenta de que no todo es lícito, de que no todo está bien... de que no se puede disculpar eternamente una actitud cuya principal víctima eres tú misma. La mayoría de las veces, la principal diferencia es la más insignificante porque el detalle más nimio se convierte en el más vital a la hora de elegir.
Entonces, en ese preciso instante comprendo que yo nunca quise ser. No me enfrentaba a la realidad con los ojos abiertos. Buscaba ciegamente un refugio a lo absurdo de mis actos, a esa parte de mi que no me comprendía. Hasta que me di cuenta de que, por incoherente que resulte, todos los puentes que tendía para huir, terminaban en el mismo camino. Me alejaba en dirección a mis errores. Repetía constantemente un patrón, achacando mis desgracias a actos ajenos cuando la única responsable era yo misma y mi incomprensible manía de dar patadas, descalza, a la misma piedra. Vivía entre imposibles para tratar de olvidar lo imposible de mis emociones. Buscaba la manera de convertir en realidad mis sueños, sin darme cuenta de que yo no quería vivir la realidad... porque vivía atrapando sueños.
Tú eres la diferencia. Es tan simple como eso.
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